Me dejaba llevar de una pecera a otra por la corriente humana que buscaba los ejemplares más extraños, los más agresivos, los más llamativos.
Yo estaba abandonado a la armonía del conjunto. No me importaba si aquí no había escualos, o depredadores espectaculares, una dorada nadando despistada o una morena adormilada me inspiraban la misma inmensa satisfacción. De todo ese pacifico ambiente tomaba constantes dosis de paz.
Hasta que, delante de uno de los acuarios me encontré absorto y solo. No es totalmente cierto, no estaba solo, tenía delante de mí a un individuo bastante feo que me miraba mientras subía y bajaba rítmicamente. Yo lo miraba atentamente y el más que observarme, parecía que me vigilaba.
Sin poder evitarlo uno de mis pensamientos debió convertirse en sonido, - ¡Pero mira que eres feo! -. El pez se movió un poco más rápido, casi podría decirse que se agitó, y se puso a la altura de mis ojos, donde se quedó totalmente inmóvil.
- Pues no se de que puedes presumir tu.
Era de esperar, solo a mi se me ocurre hablar solo, bueno, solo en presencia de un pez. Me ví obligado a replicarle.
- No quería ofender, pero la verdad es que no eres un pez muy agraciado.
- ¡Lo que hay que aguantar! - respondió rápidamente - No llega con que estemos aquí con la mejor disposición del mundo, si no que, además, ¡hay que gustarle al bípedo este!
Lo vi con ganas de conversación, pensé que los demás peces del su acuario debían ser o muy sosos o que pasaban de él por pesado.
- ¿Hay mucho ambiente por ahí? - A ver si cambiando de tema se animaba la conversación.
- No creas, las morenas se lo montan por su cuenta, son unas corporativistas, los erizos de mar no paran de hablar, pero solo de tonterías, y los demás son una pandilla de estresados, que si hoy no nos dan de comer, que ese ha usado el flash en la pecera de enfrente, que si he oído que van a traer a un tiburón, en fin, un autentico fastidio.
- Ya veo, no creas que a este lado la cosa está muy distinta. ¿Hablas con mucha gente?
- Ja, ja... - y de repente, volvió a poner cara tonto y se alejó con un par de aleteos. Yo estaba perplejo, pensé que le había ofendido, pero enseguida me di cuenta de que tenía al lado a dos niños pequeños que miraban absortos una morena que pasaba mientras su madre les insistía para que no se pegasen al cristal.
Avancé en busca de la paz de los siguientes acuarios, deseando sumergirme en ellos y flotar tranquilamente durante horas.
Nos leemos...