Está es una historía real, auténtica y, casi, casi, verificada.
Tengo yo un primo, Xan, que es además un gran amante de los animales. Por sus manos han pasado iguanas, galápagos, perros, gatos, peces diversos, pájaros variados, y una multitud de animalillos libres que precisaron de su ayuda.
Este buen hombre vivía con una buena mujer, Lucía, que se vio contagiada de su amor y dedicación naturista. Como con perros, gatos, iguanas y otras bestias no les llegaba, decidieron adoptar un conejillo, no uno de esos enanos y más parecido a una cobaya que a una veloz liebre, si no uno de verdad, blanco, negro y marrón, con andares inquietos y su desconfianza natural intacta.
Lucía se encargó del cuidado del pequeño Jeremías, que a la vez que crecía y crecía, también fue perdiendo la desconfianza hacia ella y se convirtió en uno más de la familia. Jeremías era un conejo grande, bastante grande, que andaba por la casa en libertad y tenía como amigo al gato lelo de Xan.
Todo muy bonito, pero, como siempre tiene que haber un pero, a Lucía le dieron trabajo en Santiago de Compostela y Xan marchaba de gira, cosa de músicos. Así que su especial arca de Noé se vio agitada por una gran tempestad.
Perros, gatos, iguana y conejo no podían ir con ninguno de los dos. Ella no podía llevar animales, cosa de la convivencia, y el tampoco podía llevarselos en la furgoneta, aunque había voluntad, así que se busco hogar para entre los amigos.
Perros y gatos lo tuvieron fácil, los padres de Xan ya estaban acostumbrados, pero la iguana necesito algo más de trabajo, al final uno de mis hermanos la cuido con no demasiado esmero, pero para el conejo, Lucía confió en su amigo Sócrates, que le dijo, "no te preocupes que en al familia sabemos como tratarlos", no en vano su padre cría conejos.
Pasó el tiempo, tanto que Lucía y Xan ya solo compartían amistad. Xan seguía conviviendo con animales varios, pero dejo de tocar, eso de irse de gira estropeaba su Carma, y Lucía se convirtió en la esposa legal de Lois, amigo de Xan de siempre.
Una noche de vinos Socrates estaba en Santiago de Compostela, Lucía se alegro mucho de verlo, todos estaban muy contentos porque hacía mucho que no se podían juntar. ribeiro va, ribeiro viene, y de pronto Lucía se acuerda de Jeremías, su conejo blanco con manchas marrones y negras, esa enorme bola de pelo suave y de rillar incesante, -Socrates, ¿que tal el conejo?-.
Hubo un silencio sepulcral, la respuesta se oyó perfectamente, -¡Muy bien! Dijo mi padre que estaba riquísimo.
Jeremías paso de mullido y cálido compañero a excelente estofado, conejo con tomate, en apenas un segundo. Hasta Xan saboreó mentalmente a Jeremías con tomate cocinado por la madre de Sócrates, excelente cocinera por cierto. Lucia lloró desconsolada por Jeremías, aunque no se había acordado de él en años, cosas de la vida.
Nos leemos...