lunes, 8 de junio de 2009

¡Corre! (Bienvenidos al principio del fin.)


¡Sigue! ¡No mires atrás! ¡No te pares!
Mis pies apenas tocan el suelo, los arboles pasaban a mi lado como sombras, no sentía más que mi corazón golpeando rítmicamente y ese estruendo ensordecedor.
¡Corre!¡Corre!¡Corre!
Tropiezo con algo, ya tardaba, y ruedo por el suelo hasta que un árbol me frena en seco. Ahora siento algo más que mi corazón y el estruendo, siento dolor, dolor intenso y agudo, como si me hubiera clavado algo en el centro de mi vientre.
¡Levántate! ¡Sigue! ¡No mires a atrás!
A trompicones me pongo en pie e intento correr, un pie, el otro, pero acabo ayudándome con las manos, los hombros, con cualquier parte del cuerpo que pueda apoyar e impulsarme hacia adelante. El estruendo, el dolor, apenas avanzo.
¡No te pares! ¡No pienses! ¡Corre!
Vuelvo a tropezar, pero esta vez apenas me desplazo, voy tan lento, me golpeo en la frente y apenas me duele, intento levantarme pero todo lo que consigo es volver a a caer, esta vez de espaldas.
¡Levántate!
No puedo, no soy capaz, apenas distingo más allá de mis manos, parece que están manchadas de sangre, el estruendo lo llena todo, hasta el dolor se ha acallado. Una sombra está sobre mi y de ella sobresalen dos brillantes destellos rojos, son como dos ojos. La forma ruge, un rugido silencioso, durante unos segundos no hay sonido alguno, siento como todo a mi alrededor es agitado, pero en absoluto silencio, es como si estuviera completamente sordo. Hacia el final mi vista se aclara y puedo ver la enorme figura que delante de mi ruge en silencio. Es enorme, oscura, un ser de forma humana con dos ojos rojos y brillantes envuelto en algo parecido a niebla, aunque lo define mejor que está permanentemente desenfocado, sabes como es, pero no lo ves claramente.
Por un momento me siento tan aterrado que todo me da igual, me siento tan fuera de mi que no hago nada, porque mi cuerpo ya no me pertenece. Hasta este momento me consideraba una persona optimista, pero ahora, ahora no hay futuro, la bestia está frente a mi y no hay nada que hacer.
Él me mira, parece relajado, yo le miro, seguro que no parezco relajado, lo que debe ser uno de sus brazos se agita y siento la imperativa sugerencia de levantarme. Lo hago, no sin esfuerzo y vuelvo a oir una voz.
¡Corre! ¡Huye!
¿A donde? ¿Hasta cuando? respondo mentalmente.
La enorme figura sonríe, esto lo he visto claramente, parece que solo puedo distinguir de él lo que él quiere que distinga, y que sonría no es precisamente tranquilizador. Le miro, el miedo ha dejado paso a la aceptación de lo inevitable, y de repente se lanza contra mi.
¿Qué has hecho?
No lo se. Ahora estoy de pie, en medio del bosque y no me duele nada, no tengo frío, ni calor, ni hambre, ni sueño. Soy el huésped de la bestia y este no dejará que nada malo me pase. Los dos sonreímos, aunque solo veas mi sonrisa. Era inevitable, me dice, acabaríamos siendo uno. La voz que antes me animaba ahora solloza, y los dos le decimos, es inevitable, ¡te encontraremos!
Soy el huésped, él es la oscuridad, y vosotros seréis los testigos de su furia. Bienvenidos al principio del fin.

Nos leemos...

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