viernes, 12 de marzo de 2010

Mala esperiencia

-Aún llegaremos tarde.
-Tranquilo, vamos por aquí que seguro que acortamos.
-¿Seguro? Mira que tus atajos suelen ser una mierda.
-¡Una mierda! ¿A ver que dices cuando lleguemos...
-¡Tarde! Como siempre.
Ella no dijo nada más, se la veía realmente molesta, mientras, apuraba el paso y se adentraba en una calle cada vez peor iluminada. Él la seguía disfrutando de su pequeña venganza y se conformó con seguirla sin decir nada.
A los cinco minutos y tres intersecciones más allá, ella se detuvo en un nuevo cruce con una nueva calle. A él le parecía igual a los anteriores y no se veía el nombre de ninguna de las dos calles, aunque para ser sinceros, ni se veía nada, ni hubiera importado mucho saber el nombre de las calles. Las escasas farolas, apenas había una, de apagada luz amarillenta, cada veinticinco o treinta metros, lo que apenas daba para adivinar formas y volúmenes.-¿Qué pasa?- Preguntó él.
-Nada, es que me parece que no estamos donde deberíamos.
Él levantó las cejas en vez de protestar, pero ella no pudo verlo y siguió reflexionando en voz alta.
-Si hubiésemos cogido dos más para allá y después la primera a la izquierda...
El pensó en dar la vuelta, volver por donde habían venido hasta llegar al hotel, o encontrar una parada de taxis, lo que ocurriera primero, porque ya debía estar a punto de empezar la función y ya no podrían entrar en el teatro.

-¡Claro! Mira, tiene que ser por ahí, estamos casi al lado y yo sin saberlo.

Ella señalaba un hueco entre dos casas que parecía más un callejón, o un solar vacío, que una vía pública. Él pensó en protestar, en dar media vuelta, pero, por un instante vio claramente su cara, su ilusión, su esperanza y fue incapaz de negarle nada, de decir nada, solo la siguió cogido de su mano.

-Donde algunos ven casualidad, yo veo oportunidad. -dijo una sombra.

Era alto, delgado y olía muy mal. En su mano izquierda se podía distinguir el brillo de un enorme cuchillo, como los de carnicero, y su mano derecha salía de la oscuridad para indicarles que todo lo que podían haer era acercarse.

Cuando se desata la violencia, y se ven involucrados objetos cortopunzantes quedan ostentosos restos carmesíes que la luz del día revela en todo su esplendor. Puede que un contenedor de basura no sea el mejor lugar para agonizar, pero al menos da intimidad, y la verdad, no creo que el donde sea la mayor preocupación de quien se encuentra en esa terminal situación.

-La verdad es que te has pasado.
-Se lo merecía el muy cabrón, por chulo.
-Además, meterlo en un contenedor...
-¿¡Qué!? ¿Lo dejo ahí para que alguien lo vea?
-No, no, tranquila, solo digo que él no tenía la culpa de que no llegásemos al teatro. Con quitarle el cuchillo y un par de tortas llegaba. Vamos digo yo.

4 comentarios:

  1. ¡¡Si es que las hay con un carácter...! y si a eso se le añade lo de perderse una buena obra de teatro ya...
    Los chulos con cuchillos y fétidos a partir de ahora se lo pensaran dos veces, (no podrán fiarse de nadie). Muy bueno tu relato, me encantó!!

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. !Dios! que mala leche, yo es que tengo, pero hay quien me gana. Se lo merece, que rayos hacía ahí en un momento tan crítico y encima intentando atracar, si es que los hay.....

    ResponderEliminar
  3. Encántame o final sorprendente. Non quero nin pensar o que poderemos escribir alá por novembro. A propósito, sabes que a primeira máquina de escribir se inventou na Época Victoriana? E sin ela non existiría a mecanografía, ja, ja
    Arale

    ResponderEliminar
  4. Graciñas Arale, a anonima victoriana.

    ResponderEliminar