Mi nombre es Asterión, pero ya nadie llama por mi así, en su lugar usan el de Minotauro.
Hace ya más de veinte años que me han encerrado en un interminable laberinto por donde deambulo alrededor de la plaza donde está mi morada. Todo mi alimento son las escasas briznas de hierba que crecen en los bordes de los pasillos del laberinto, cada día intento buscar nuevos pasillos donde no haya pasado recientemente para no acabar con mi alimento, y al mismo tiempo guardo la esperanza de encontrarme con la salida y poder recorrer las hermosas praderas de Creta, como hacía en mi casi olvidada niñez.
Con cada luna llena se que ha llegado el día del desafío. Desde muy temprano puedo oír un intenso bullicio, voces, gritos, música. Se que las torres que se levantan por encima de mi prisión se han llenado de personas ansiosas de ver la muerte del terrible Minotauro. A veces me tiran cosas, una manzana medio comida, un trozo de pan, o una piedra. Cuando bramo de ira y desesperación las voces acallan por un instante, pero pronto vuelven con más fuerza. En cada desafío tengo más miedo, los días en los que la luna se va haciendo más grande son para mi de autentico sufrimiento, mis pesadillas son más reales y terribles. Veo mi futuro, veo mi muerte a manos de un guerreo vestido con peto, grebas, casco y escudo dorados, con una larga lanza y unos ojos brillante que parecen provenientes del mismisimo infierno.
Pero en cada desafío salgo victoriosos, el guerrero que se me presenta no es el de mis pesadillas y se que mi día no ha llegado, que a ese encogido y dubitativo desgraciado van a tener que hacerle las exequias con una figura de cera en la pira, porque su cuerpo se quedará conmigo.
Y al acabar cada desafío lloro, pensando en el guerrero dorado que habrá de venir para acabar con mi sufrimiento, lloro deseando su llegada y temiéndola al mismo tiempo, porque yo, Asterión, hijo del gran toro blanco deseo vivir a pesar de que la único salida de mi prisión sea la muerte.
Y llega un nuevo día, una nueva búsqueda de pastos y puede que alguna fruta medio comida que fue tirada desde las torres, y puede que me encuentre en mitad de pasillo con una arcada estrecha y discreta que me llevé directamente a una de las preciosas praderas de Creta. Y así seguiré, día tras día, hasta que llegue ese terrible guerrero dorado y me llamen por última vez por mi nombre, Asterión.
Así que Minotauro y comiendo hierba... ¡Vaya por Dios!
ResponderEliminarCuanto discurres...
Ya ves que te leo...
OPERA
Es muy bueno tu relato, pero muy triste!! ¡Que angustia! Pobrecito..., ni al final hay esperanza alguna.
ResponderEliminarUn saludo.
Asterión no ha perdido la esperanza, aunque sepa su final.
ResponderEliminarCuantos nos sentiremos así por el mundo, me ha encantado , mejor que esas cosas tan sicodelicas que a veces escribes.
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