lunes, 29 de junio de 2020

Clara

Uno

     Como todas las mañanas, esperaba flotando en la segunda plante del garaje a que el hombre que me puede ver llegase en su pequeño coche. Lo esperaba allí porque siempre que he intentado seguirlo, fuera del aparcamiento de ese edificio de oficinas, ha surgido una densa niebla que me cegaba y de inmediato volvía a aparecer en la planta -4 del maldito garaje.

     Si él no está cerca puedo moverme por el edificio. De día es muy entretenido y estoy enganchada a los chismorreos de la tercera planta. De noche me muevo por todas las oficinas y me distraigo observando los cambios de los distintos espacios. Por suerte puedo atravesar casi cualquier pared, menos las que me llevarían fuera y las de algunas habitaciones. También reluzco, así que soy mi propia fuente de luz. Cuando estoy más animada resplandezco con gran intensidad.

jueves, 18 de junio de 2020

Tito

Al cerrar la puerta de casa y entrar en mi blanco y pulcro mundo esperaba dejar atrás la “dolorosa angustia opresiva” de la que tanto me gustaba hablarle a mi psicólogo. Coloqué con algo de prisa las cosas en su sitio. La chaqueta en el perchero, el paraguas en el paragüero y los zapatos en el zapatero de la entrada. Quedaba dejar el móvil en su base de carga pero estaba algo despistado y fui la cocina a coger de la nevera un vaso de zumo de naranja.

Después de un buen trago de esa ambrosía me sentí un poco más centrado. Me di cuenta de que aún tenía el teléfono encima. Fui al salón y lo dejé en su sitio. Me senté en el sofá y cogí un posavasos del cajón de la mesita. No pensaba soltar el vaso de zumo hasta terminarlo pero así no cometería el horror de posarlo sobre la mesa sin protegerla.

jueves, 11 de junio de 2020

Espejo



Un compromiso con mi madre no se puede incumplir. Había que echar un vistazo a la vieja casa de la tía Encarna y no podía esperar. Así que, a pesar del asfixiante calor de agosto y de que mi coche nunca ha tenido aire acondicionado, me dirigí a la vieja casa del pueblo que le dejó la tía Encarna a sus hermanas supervivientes como herencia.

Llegué poco antes de acabar convertido en un “Federico deshidratado y bajo en grasas”. El coche quedó a la sombra de la higuera con todas las ventanillas bajadas. No pude evitar tener la imagen de que sería atacado en el viaje de vuelta por un furioso enjambre de avispas que acababan de asentar su colonia debajo del asiento del conductor, pero el calor acumulado dentro del pequeño Fiat no me dejó otra opción.