martes, 23 de junio de 2009

La piscina del señor Diablo


El Diablo tenía la piel de silicio recorrida por circuitos de oro. Sus cuernos escondían una antena WIFI y una Bluetooth. Jugueteaba con su tridente mientras hablaba por teléfono con un tono seco y directo. Me sonrió y me invito a sentarme en una de las sillas que tenía delante de una inmensa y oscura mesa de despacho. No quise demostrar interés en la conversación que mantenía así que me fijé en el inmenso despacho del CEO de Infierno Inc.
Además de amplio tenía unas excelentes vistas al infierno, que no es tan oscuro como me habían dicho, y podía verse las colinas del sufrimiento, el valle de la desesperación y si hacía un pequeño esfuerzo las puertas del no retorno. Estas vistas me causaron una sed terrible, cosa que debía ser habitual, porque la hermosa secretaria de Diablo ya estaba dejando en mi mano un vaso de agua. La mujer demonio me distrajo instantáneamente, totalmente, su sonrisa, sus suaves movimientos, el conjunto y los detalles eran totalmente embaucadores, si en ese momento me hubiera arrancado un brazo, yo no habría gritado, solo habría sonreído y ofrecido el resto de mis extremidades.
Diablo carraspeó, me giré hacia él, había dejado de hablar por teléfono y me miraba con una expresión divertida y burlona.
- No te preocupes, es normal, si siguieras a Alouqua te dejaría seco, ...literalmente.
No sabía que decir, tenía la garganta tan seca que ni el agua que ya estaba acabando me refrescaba. La verdad es que miraba para Diablo como un idiota. El no dejaba de mirarme y sonreír, mostrando unos dientes triangulares, afilados y dolorosamente blancos.
-Perdona que te haya hecho esperar, pero si no controlo bien a mis programadores son capaces de hacerme otra vez una chapuza como la del Vista.
-¿Windows Vista?-pregunte como un triste autómata.
-Si, se noto demasiado mi mano, y eso no es bueno para el negocio, vale que conseguí muchas maldiciones, ira y rabia, pero a la larga no conseguiría más que lo ignorasen. Ahora estamos trabajando en un sistema que enfade, incordie, en un principio, pero que a la larga enganche y enloquezca, ¡ahí si que estará el autentico beneficio para Infierno Inc!
Era un vendedor nato, un encantador de serpientes bicéfalas, conseguía que te olvidaras de la tortura eterna del infierno y aceparas venderle el alma a cambio de unos cacahuetes.
-Impresionante- le dije, -pero yo...
-Ya, ya, tienes razón, venías por otro asunto, perdona, pero es que me apasiona mi trabajo, seguro que a ti también, y no puedo evitar el dedicarme a ello en cuerpo y alma.
-No, si no quería interrumpirle...-ya tenía la boca seca y me costaba tragar.
-¡Ah! ya veo, es que aquí hace un calor infernal.-dijo con una gran sonrisa y acabó con una sonora carcajada. Yo seguía mirando atónito.
-¡No me digas que no tienes sentido del humor!-dijo mientras seguía enseñandome su sonrisa de tiburón.
-No, nada de eso, es que en este caso su afirmación era literal.- intentando mostrar mi mejor y más pícara sonrisa. Diablo soltó una sonora carcajada que resonó en todo el despacho, parecía que el eco de su risa no acabaría nunca. -¡Tu si que sabes!- dijo con el eco de su risa de fondo. No sabía que le había hecho tanta gracia, y la verdad es que no quería seguir tentando a la suerte, así que intenté reconducir la situación.
-Como ya sabe tenemos que echarle un vistazo a su problema antes de darle una solución... porque si el color del agua de su piscina es rojo por causas... como decirlo... infernales...
-Si, si, por supuesto, acompáñame... ¡Alouqua!
-¿Nos acompañará la señorita Aluqua?
-Si, ya verás, será espectacular.
-Eso me temo- dije muy bajito mientras seguía a Diablo y Alouqua hacia un ascensor de aspecto viejo y oscuro.

Nos leemos...

miércoles, 10 de junio de 2009

Primera impresión. (Bienvenidos al principio del fin)


Poder parar delante de un escaparate para recrearse en una infinidad de articulos que no tienes intención alguna de comprar es un lujo que pocas veces he podido darme. Pero ese día podía pasear con calma, deterne para ver camisas, zapatillas, teléfonos, raquetas, cualquier cosa que estuviera expuesta, no había prisa ni hora.
Me había detenido delante de un escaparate de una joyería, estaba repasando los relojes cuando un estruendo, seguido de una lluvia de tierra y pequeñas piedras me transportaron a otra realidad.
Seguía de pie, pero ahora miraba a la calle, una calle que hasta hacía unos instante era normal, con su tráfico, sus peatones, portales y tiendas; ahora era una zona de guerra, a mi izquierda había un enorme crater que llegaba de acera a acera, había coches boca a abajo y un par de ellos habían volado alcanzado a personas y vehículos. Aún llovía tierra, el sol estaba oculto por una nube densa que se acababa de fomar, había gritos, bocinas, ruido de cristales, y una oscuridad creciente. No se porque seguía de pie, a apenas a diez metros del socabón, mirando como si no formase parte de la escena. Y de repente, tan rápido que apenas fue visible, apareció una inmensa, oscura y turbia figura emergiendo del agujero, que no dejaba de expulsar tierra y piedras.
La figura era imponente, todo aquel que la veía callaba, por mucho que fuera el dolor o terror que sintiese, nadie podía dejar de mirar esa sombra oscura de ojos rojos y destelleantes. Una niña que se encontraba con su madre, a escasos dos metros de mi, se echo a correr, su madre, en el suelo, extendía un brazo intentando retenerla y el tiempo se paró. La niña estaba suspedida en el aire, practicamente a mi lado, todo se había detenido menos la bestia y yo. Él miró hacia nosotros y rugió. Rugió mostrando una boca llena de dientes triangulares, dispuestos en varias filas, como los de un tiburón blanco. Su rugido impuso un silencio absoluto, nada hacía ruido alguno, ya no había gritos, ni sirenas, ni cristales rompiendose, nada.
Debajo de su brazo apareció una especie de cola, o tentaculo, o látigo, que de haber ruido, chasquearía en el aire. La bestia siguió mirandonos y sentí como esa especie de cola se nos venía encima, dispuesta a partirnos en dos a la niña y a mi. No me lo pensé, me lancé hacia adelante, llevando conmigo a la pequeña, y girando para parar con mi espalda el golpe contra el coche que teníamos en frente. Mientras, el tiempo volvió, y con él, la cola sobre nuestras cabezas que destrozó el escaparete de la joyería que cayó sobre nuestras cabezas en forma de cientos de cristales.
No me atreví a moverme, apreté contra mi a la niña que no paraba de sollozar. Un fuerte ruido me indicó que la bestia estaba pasando delante de nosotros, y contra mis más fundados temores, nos ignora y nos supera. Un fuerte golpe precede a un coche que se estrella contra el primer piso de la casa de al lado y luego cae a plomo sobre dos mujeres. No pude evitarlo, con la niña en brazos me levante y mire a la bestia, esta, en medio de la calle, inmovil, es como un enorme culturista de tres o cuatro metros con dos colas, saliendole de debajo de los brazos.
Una de las colas se mueve con rapidez y un hombre grita. La bestia da media vuelta y se dirige al crater de donde ha salido, lleva a un hombre arrastrando de uno de las colas, que grita, paltalea, intente agarrarse a cualquier cosa, pero es claramente inútil. La niña y yo miramos ajenos al sufrimiento del hombre como es arrastrado hacia el agujero. La bestia se detiene cuando llega a nuestra altura y nos mira, pero esta vez no sentimos miedo, la bestia vuelve a sonreir, hasta parece que se ríe, pero no oimos nada, sigue avanzando hasta llegar al crater, levanta al hombre sobre su cabeza, este no deja de luchar, y lo suelta dentro del agujero, desapareciendo con un grito corto. La bestia se gira hacia nosotros, nos saluda, y tan rápido como apareció, desaparece dentras del pobre condenado.
Allí estaba yo, con una niña de unos seis años en brazos, en una calle cualquiera, en día soleado, delante de una joyería mirando a una calle llena de gente, tráfico y ruido. La niña mi mira y dice,
-Ya se ha ido, gracias.
Yo la dejo en el suelo mientras la madre me mira con cara de preocupación. Ni ella, ni yo sabemos que decir. La niña se vuelve hacia mi y me dice:
-No me olvides. ¡Hasta luego!
No se que hacer, ni que decir, veo como madre e hija se alejan de mi y no puedo quitarme de la cabeza los ojos rojos de la bestia.

Nos leemos...

lunes, 8 de junio de 2009

¡Corre! (Bienvenidos al principio del fin.)


¡Sigue! ¡No mires atrás! ¡No te pares!
Mis pies apenas tocan el suelo, los arboles pasaban a mi lado como sombras, no sentía más que mi corazón golpeando rítmicamente y ese estruendo ensordecedor.
¡Corre!¡Corre!¡Corre!
Tropiezo con algo, ya tardaba, y ruedo por el suelo hasta que un árbol me frena en seco. Ahora siento algo más que mi corazón y el estruendo, siento dolor, dolor intenso y agudo, como si me hubiera clavado algo en el centro de mi vientre.
¡Levántate! ¡Sigue! ¡No mires a atrás!
A trompicones me pongo en pie e intento correr, un pie, el otro, pero acabo ayudándome con las manos, los hombros, con cualquier parte del cuerpo que pueda apoyar e impulsarme hacia adelante. El estruendo, el dolor, apenas avanzo.
¡No te pares! ¡No pienses! ¡Corre!
Vuelvo a tropezar, pero esta vez apenas me desplazo, voy tan lento, me golpeo en la frente y apenas me duele, intento levantarme pero todo lo que consigo es volver a a caer, esta vez de espaldas.
¡Levántate!
No puedo, no soy capaz, apenas distingo más allá de mis manos, parece que están manchadas de sangre, el estruendo lo llena todo, hasta el dolor se ha acallado. Una sombra está sobre mi y de ella sobresalen dos brillantes destellos rojos, son como dos ojos. La forma ruge, un rugido silencioso, durante unos segundos no hay sonido alguno, siento como todo a mi alrededor es agitado, pero en absoluto silencio, es como si estuviera completamente sordo. Hacia el final mi vista se aclara y puedo ver la enorme figura que delante de mi ruge en silencio. Es enorme, oscura, un ser de forma humana con dos ojos rojos y brillantes envuelto en algo parecido a niebla, aunque lo define mejor que está permanentemente desenfocado, sabes como es, pero no lo ves claramente.
Por un momento me siento tan aterrado que todo me da igual, me siento tan fuera de mi que no hago nada, porque mi cuerpo ya no me pertenece. Hasta este momento me consideraba una persona optimista, pero ahora, ahora no hay futuro, la bestia está frente a mi y no hay nada que hacer.
Él me mira, parece relajado, yo le miro, seguro que no parezco relajado, lo que debe ser uno de sus brazos se agita y siento la imperativa sugerencia de levantarme. Lo hago, no sin esfuerzo y vuelvo a oir una voz.
¡Corre! ¡Huye!
¿A donde? ¿Hasta cuando? respondo mentalmente.
La enorme figura sonríe, esto lo he visto claramente, parece que solo puedo distinguir de él lo que él quiere que distinga, y que sonría no es precisamente tranquilizador. Le miro, el miedo ha dejado paso a la aceptación de lo inevitable, y de repente se lanza contra mi.
¿Qué has hecho?
No lo se. Ahora estoy de pie, en medio del bosque y no me duele nada, no tengo frío, ni calor, ni hambre, ni sueño. Soy el huésped de la bestia y este no dejará que nada malo me pase. Los dos sonreímos, aunque solo veas mi sonrisa. Era inevitable, me dice, acabaríamos siendo uno. La voz que antes me animaba ahora solloza, y los dos le decimos, es inevitable, ¡te encontraremos!
Soy el huésped, él es la oscuridad, y vosotros seréis los testigos de su furia. Bienvenidos al principio del fin.

Nos leemos...

miércoles, 3 de junio de 2009

Ni la sombra


Era como una melodía suave, notas agradables que acompañaban sin quedarse con nosotros. Era la compañía que no buscabas, pero que agradecías cuando la encontrabas. Era unas palabras amables y una sonrisa siempre agradables.
Una presencia con la que no contabas porque siempre estaba ahí, como la luz de cada día, o el aire que respiramos.
Perder algo que no valoras porque siempre está supone un vacío doloroso lleno de oscuridad y sentimientos no expresados. Porque no nos queda consuelo alguno, no le dijimos que le apreciamos, que siempre le contábamos como uno de nosotros, que nos daba animo y serenidad.
Y ahora no nos queda más que un tenue recuerdo que se desvanecerá, y no quedará ni la sombra.

lunes, 1 de junio de 2009

Mal humor


- Hoy estoy de mal humor, así que no me agovies.
- Así que estás enfadado, ¿te he hecho algo?
- No, soy yo solito, nadie me ha hecho nada, ...déjalo...
- ¡Vaya! ¡El señorito está morros! ¡Si es que hay que aguantar cada cosa!
- Ya te he dicho que no me encuentro bien, que estoy cansado...
-¡Ahora está cansado! ¿Te parecerá bonito? Primero que si estás de mal humor, como si fuese culpa mía, ahora que si está cansado, ¿después qué?, ¡te atreverás a decir que te trato mal!
- No, no, nada de eso, si ya me encuentro mucho mejor, debió ser que tenía gases, o me sentó mal algo que comí, cualquier tontería.
- ¡Eso digo yo! ¡Si es que tengo que aguantarte cada tontería! A ver si te aclaras, ¡y dejas de comer porquerías que después te sientan mal y te pones insoportable!
- Vale, ¿te hace un té helado?
- Si me lo pides con esa carita de cordero degollado hasta te invito yo.
- Tu si que eres un encanto...

Nos leemos...