Podía sentir el viento en mi cara, oír las olas del mar y oler su penetrante olor. Tenía estos tres sentidos agudizados como nunca pero no podía ver la playa donde debía estar, ni saborear el agua aunque me atragantara con ella. Podía intentar correr hacia cualquier parte, aunque fuera una carrera suicida hacia el mar, que no me movía ni un milímetro.
Agotado por el esfuerzo de intentar ir a cualquier parte me dejé caer, pero no caí, seguía de pie ante un ruidoso y oloroso mar, con un viento intenso y frío.
A ver si me despierto de una vez y así dejo de soñar tonterías, pensé, porque todo esto solo puede ser un sueño, intenté sentenciar, con más intención de convencerme a mi mismo que de otra cosa.
Y de repente vi delante de mi a una anciana con un vestido negro que sonreía mientras acunaba y acariciaba a un gato blanco. El gato me miró y me dijo, -¿acaso no has visto nunca un mar tan aburrido?-
-¿aburrido?- respondí- no está nada aburrido, es..., es... -nunca he sido de palabra fácil, y menos dormido,- es bastante...
-Aburrido, fíjate bien porque es mortalmente aburrido. -y para rematarlo bostezó silenciosamente.
La verdad es que si te quedabas un rato mirándolo te daba sueño, si, no era un mar feo, solo era aburrido.
Nos leemos...
Si el gato y tu visteis el mar aburrido es que ambos estabais aburridos, porque la sensación que da el mar es el reflejo de nuestro estado de animo, que muy aburrido tenías que estar para ver y oir un gato hablar...ja.
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